martes, 6 de febrero de 2018

Jack Kerouac * Verano en el taller



Y el barco zarpa a plena luz del día, desolado y triste, con un incomprensible tintineo en la sala de máquinas, largando humo, virando suavemente la popa para orientar al gigante sepultado en el agua hacia el mar abiero, la eternidad, las estrellas, la noche rosada de Manzanilla – bahías de pescadores, misterios, noches de opio en los reinos de las casas de pensión, las calles estrechas del kurdo. – De pronto, Dios mío, uno se da cuenta de que miraba algunos inmóviles puntitos blancos en cubierta, cerca de la cabina, y allí están... el abigarrado personal de cocuna en uniforme blanco; estuvieron ahí todo el tiempo, quietos, como partes fijas del barco. – Es la hora después de la cena; el resto de la tripulación, satisfecha, se queda dormida en sus literas vacilantes – espectadores inmóviles del mundo mientras se deslizan fuera del Tiempo; nadie que observe atentamente el barco puede engañars: son humanos, son los únicos seres vivos a la vista. – Chicos mahometanos, monstruosos esclavos del mar que espían enfundados en sus necios trajes – negros con gorros de cocinero que coronan la torturada frente negra – apoyados en los tachos de basura de la eternidad de los fellaheen latinos descansan y dormitan en la quietud del mediodía. – Y las gaviotas insanas caen como caería un gris e inconstante sudario. 


Jack Kerouac, Viajero solitario.



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