jueves, 6 de julio de 2017

Naufragio * Juanpi Ortigosa

Ya pasaron más de veinte días desde el naufragio. Estábamos en la costa sur de África, y un remolino apareció en el medio del océano. Perdimos el control del barco y este se dio vuelta. Mi cabeza se golpeó contra el timón y cuando desperté estaba varado en un bote salvavidas, solo. En el momento en que mis provisiones se habían agotado fui bendecido por Dios y la marea me trajo a esta isla. O eso pensaba yo.
Estaba muriendo de hambre y sed. No sabía cuánto tiempo más iba a aguantar mi cuerpo. Me iba a dar por vencido. A lo lejos vi algo que parecía una isla, con una colina en el centro. Al principio pensé que era otra alucinación, pero a medida que pasaba el tiempo y me acercaba se veía más y más realista.
Gastando mis últimas fuerzas, tomé el único remo y no dudé en usarlo. Para cuando llegué a tierra apenas podía respirar, apenas podía mantener mis ojos abiertos. Me levanté y fui hacia la arena, di dos pasos y caí al piso. Mi físico había llegado a su límite. Pensé que iba a desmayarme, levanté la vista y un hombre venía corriendo hacia mí.
Me agarró del brazo y me sentó a su lado. Me dio agua bien fría y empezó a gritar un idioma que no había escuchado en ninguno de mis viajes anteriores por este continente. Más personas se acercaron a verme, como si fuera un animal de zoológico que se había escapado de una jaula. Todos se veían iguales, negros, altos, con labios gruesos y ojos marrones muy oscuros. Su vestimenta consistía en un taparrabos para los hombres y una pollera para las mujeres, nada cubriéndoles la parte superior.
Una mujer se acercó y me ofreció comida, eran unas frutas extrañas que no había visto nunca antes. Tenía tanta hambre que no lo dudé y empecé a comerlas. Eran deliciosas. 
Estuve tanto tiempo comiendo que no me había parado a mirar el paisaje. Era una playa larguísima, llena de arena suave y tibia. Atrás había unas colinas, con casas colgando de las paredes, parecía que flotaran. En la cima había una selva completamente verde y, al final de los riscos, una cascada. Cerré los ojos y escuché el ruido de la corriente del río, enfurecida.
Traicionado por mi curiosidad, seguí investigando y al fondo vi una gran hoguera. Tan alta como una casa, con leña carbonizada en el piso y, sobre ella, un esqueleto quemado. El miedo comenzó a correr por mis venas, sabía que debía irme de allí.
Me paré y corrí, luego de unos metros caí al piso, exhausto, no había recuperado mis fuerzas. De golpe, la gente puso cara de susto y se ocultaron, dejándome solo de nuevo. Un gigante, de al menos dos metros y ciento cincuenta kilos apareció totalmente desnudo, con cada centímetro visible de su piel pintado. 
Era su líder. Gritó en su raro lenguaje y sentí un fuerte golpe en la cabeza. Recuperé la conciencia hace unos minutos y me encuentro encerrado en una de las casas colgantes, parece una prisión. Sigo sin entender su idioma, pero parece que están preparando una fogata inmensa, mi ejecución. 



Juanpi Ortigosa, 2017.
Desde los talleres de Siempre de Viaje.


The Slaveship, William Turner


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