domingo, 29 de enero de 2017

Esencia * Franco Vignati

                                                                 

“Su plenitud es precisamente la de un espejo,
que simula estar lleno y está vacío;
es un fantasma que ni siquiera desaparece,
porque no tiene ni la capacidad de cesar”.

Jorge Luis Borges


Si tuviera que hacer una comparación sobre mi situación actual, podría decirse que soy como una reina. Disfruto de un estado contemplativo cual gobernante sentada en su trono. El mío, de un gastado terciopelo marrón. Unos parches a los costados, de colores muy variados. Un almohadón en mi espalda, cosa que no sea muy incómodo. Deambulan y cumplen mis caprichos unas muchachas con vestidos blancos y lisos. Son muy amables conmigo, y yo intento ser igual. Aunque rara vez cruzo palabra con ellas, se quedan escuchando alguno de mis locos relatos.
Me siento en una vida de recuerdos, y memorias confundidas. Inmersa en una constante punto muerto en mi mente. A veces estoy bailando al compás de una milonga en el club del barrio; o estoy jugando con el milagro que pude dar a luz; otras dando mi primer beso. Todos esos momentos los vivo por primera vez, con un cierto sabor a deja vu en las imágenes, no en las emociones. Ésas sí son hermosas e irrepetibles.
Cada tanto me visitan extraños, y me recuerdan su existencia. Sus rostros y tonadas se me hacen familiares, pero nada especial. A veces viene un joven muy parecido a mi hijo, pero más pequeño, como si jamás hubiera crecido. Me recuerda cuando le tejía bufandas, mientras tomábamos el café con leche por la mañana. ¿Pero de que estamos hablando señores? Si jamás en mi vida aprendí a tejer. Por favor, esas son cosas de viejos, como los que deambulan en mi casa, que aunque no es mi hogar, me hacen sentir como si lo fuera. Intentan que no esté tan sola.
Se proclama el silencio. Una pausa prolongada que no puedo calcular, y la siento eterna. No pienso. No registro. Apenas respiro. Puro instinto rebajado a esa única acción que preferiría evitar. Luego vuelvo.
Me pregunto a veces qué es real y qué no. Cuando estoy viviendo, o que sucede en mis sueños o esas pausas que preceden o anticipan un pensamiento o frase. Suelo imaginar que viajo a esa pintoresca confitería en Callao y Rivadavia, donde el amor se escondía entre el humo de un cigarrillo y el olor de un cortado. Dándonos la mano, convertíamos las horas en segundos, pues no parecía tiempo suficiente el que pasábamos mirándonos. Hablándonos. Queriéndonos. Ahora cada tanto viene a visitarme, y volvemos a mirarnos. Hablar ya se volvió cosa del pasado.
Siento que mi vida es una emoción tras otra. No hay un solo momento en el cual no sienta haber vivido alguna vez. Cuando tuve que acompañar a su primer día de jardín a Facundo, y soltarle la mano parecía un acto que no estaba premeditado. Pues lo llevé por primera vez muchas veces, y ese frio que deja cuando no siento su suave mano por mi palma jamás se va. Sucede algo similar con mi compañero. Cuando lo despido en aquella tarde de otoño me invade la angustia. No pude soltarle la mano, y aún así no siento la mía cálida. Lo que era un suave terciopelo, se vuelve una áspera e incómoda arpillera. Es inevitable el hecho de empaparlo de lágrimas. Ese trono que levanta barrotes tan fríos como una caricia sin cariño, y puedo comprender que mis visitas a la confitería son solo un juego, un fantasma que pasa y que no puedo evitar. Me visita cuando estoy mal, cuando puedo verlo con claridad.

¿Cuántos años tengo? Si por momentos corro, otros gateo, y de vez en cuando no puedo ni ponerme de pie sin que mis músculos se tensen. Con frecuencia me pregunto si son recuerdos, o vivencias en tiempo real. Si alguna vez tomé aquel café, o amé con locura a ese hombre. Me pregunto si tuve realmente un hogar, o si alguna vez estuve fuera de aquí. Me pregunto a veces si mi cuerpo alguna vez se despegó de este terciopelo gris. Me pregunto a veces cuándo me marcharé. Me pregunto, a veces. 


Franco Vignati, 2016.

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