miércoles, 27 de abril de 2016

Visceral * Federico Castro Walker


Latido-acidez, latido-acidez, latido-acidez. Un dolor espantoso que sube por el esófago, desciende al estómago y lo incendia. Vuelta a empezar. Sudor, incomodidad. Excusa cualquiera para abandonar reunión de trabajo con cara de todo O.K. Pastilla, ¿dónde está la pastilla? Tanteos hasta encontrarla. La mano restante, apoyada en un ventanal del piso treinta y pico le da descanso al cuerpo, enfundado en James Smart.
El estómago manda, por más que a él lo miren como al dueño del circo. Caído por el ángulo más sonso. Derrotado no por un rival o una catástrofe, por algo tan grasa.
Cuando llegó donde todos querían, diez años atrás, el único protagonismo de sus tripas pasaba por una intuición visceral. Gracias a ella, contactos y una educación excelente había convertido la escalera hacia el éxito en mero trámite. Las dudas, de los otros.
La intuición lo había guiado en las relaciones públicas, en las amistades más convenientes, en la elección de la mujer exacta.
Con esos amigos economizaban empatía. La reservaban para  sus semejantes sociales.
Él, por supuesto, era el que entendía qué ola dejar pasar y cuándo tomar la justa con mayor rendimiento. Sí, siempre había sido de esa manera, hasta los cuarenta y cinco, cuando comenzó ¿Cómo llamarlo? sí, el vacío estomacal.
La intuición reemplazada en un día por una cadena de dolores de distinta intensidad y lugares del sistema digestivo. Convertido él mismo, de repente, en usurpador del  lugar que le había conseguido su yo pasado.
Eligió en ese momento no prestarle atención. ¿Por qué no seguir teniendo la fiesta en paz? ¿No estaba donde los demás querían? ¿Quién podía, además, notar el cambio?
Después de la muerte de su padre, mentor desde siempre, el latido visceral se fue adueñando de sus pensamientos. Sus éxitos no tenían destinatario que valiera la pena. Demasiado estético para conformarse con el ego. La envidia ajena le daba lástima, pocas satisfacciones.
Los viajes al extranjero, exóticos o no, pasaron a darle lo mismo, igual un palacio en Francia que en la India.
El sueño leve, reforzado por una combinación de sedantes y antiácidos.
Cada año el vacío se fue haciendo peor hasta dominarlo por completo, convirtiéndolo en actor de lo que había sido. Parecía un cantante –sólo- de grandes éxitos.
La vida familiar, una liturgia vacía.
En el fondo, no podía digerir que triunfar fuera eso.
Arrinconado, se aferró al manual: relaciones públicas fluidas, deportes, reuniones, más amigos, sonrisa tatuada, la concentración para mantenerse con plata (mucha). Escapar hacia adelante.
Pero no hay caso, se siente como el mago al que se le ven los trucos. Una tensión excesiva al cerrar negocios le hace tragarse la baba. No puede disimular la falta de interés en lo social, que literalmente lo infla.
En sus triunfos previsibles ya ni siquiera hay confort.
Las tripas, por lo menos, le disimulan la nada.


Federico Castro Walker




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