Te acordás de Warnes, la piecita de
arriba. Nos moríamos de frío en invierno, nos cocinábamos durante
el verano. En esa época el aire acondicionado era un lujo de ricos,
como los autos cero kilómetro. Cruzábamos el patio al aire libre y
nos mojábamos con las lluvias. Con el piso de madera nos clavábamos
astillas en los pies que papá nos sacaba con una aguja quemada. Lo
más duro para mí era el olor que el pis de los gatos nos dejaba en
la ventana que daba al techo. No había forma de sacarlo. Tal vez por
eso me quedó ese rechazo que alimentaba nuestra fantasía de salir
a matar gatos por las noches. Me la bancaba, y me sentía fuerte
porque estabas vos. Yo te cuidaba, y con el tiempo me di cuenta de
que vos también me cuidabas a mí. Soportabas mis aires principescos
dejándome la mejor cama, el escritorio, usando la ropa que yo ya no
quería, casi como haces ahora. Siempre te importo un carajo la
apariencia y esas cosas. Pero a mí no. Yo sufría acumulando una
energía que si no la saco, aún hoy, me mata. Somos muy distintos,
te quiero tanto hermano. Ahora tengo varias piecitas, el tiempo me
puso en otro lado. Ando por la vida como un exiliado, extrañando la
casa de Warnes, los niños que fuimos.
Sebastián Arredondo, 2015.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje.