jueves, 24 de abril de 2014

Fogata eterna - Javier Lara Santos

Javier Lara Santos
Quito - Ecuador (1978)


tuvimos el escape que merecíamos

                                                              Un rezo dentro de un rezo para vos, por vos, 
                                                               uno más, siempre alcanza para uno más.
                                                               Santiago B.


Yo, que fui ese joven azul que fumaba en los ventanales.
Yo vi cuándo los perros de la noche iban y venían en caza de los ángeles, 
y caí, caí por vos, me tiré por vos, ¿recuerdas? Tal vez no, 
pero te cuento, entonces, esa noche, querido.
Esa noche yo estaba afuera de tu concierto fumando un cigarrillo 
como quien espera la gloria, y la gloria se dio, querido, 
la gloria se dio cuando nos vimos en ese cuarto de la prisión, 
cuando dormías y yo llegué con la entrada intacta de tu concierto.
Éramos los ángeles apresados por la nada.
Yo esperaba sólo una canción para flotar, yo esperaba toda una noche tu llegada, 
y ahí estaba frente a ti, como un niño asustado y tremendamente feliz, 
al mismo tiempo, querido, nos conocimos en esa prisión ecuatoriana 
que más parecía el hotel california, porque no estábamos con los presos malditos, estábamos con los otros, todos los inocentes, los encarcelados por algo leve, 
como por ejemplo tú, por patear los instrumentos y quejarte del sonido, joder, querido, nos vimos ahí y yo ya no quería salir nunca más de la cárcel, 
sino hacer un picnic ahí dentro con todas las putas y los maricones, 
hacer un picnic una parrillada multicolor un cielo abierto dentro de esas rejas, 
¿lo recuerdas?
Aprendí a soñar un poco en voz baja, para que tú durmieras, 
y yo seguía cantando en mi cabeza como un arrullo, 
como un mantra, mientras tú dormías.

Esa noche fue la única y eterna noche donde los lobos de la felicidad aullaron 
para siempre, para tus amigos que te acompañaban en la cana, 
para mis amigos que se morían de la envidia de mi encarcelamiento, 
llamé a pocos, a pocos pero buenos, y les relaté del encuentro, al final, eras vos querido, y toda la ciudad por mí podía incendiarse, 
todos menos esa prisión que era como decir welcome to the hotel california,
pero en los andes. 
Y las manos largas, de cuervo inmenso, y las uñas pintadas de negro, como un brujo inmenso, y yo con la entrada intacta como un talismán, 
pocas cosas que pude conservar cuando los tiras me agarraron afuera de tu concierto, querido, pero tú ya estabas antes que yo en todo, en el mundo, en la noche, 
y esa vez, en la cana, así fue, querido, que la noche me bendijo con la presencia tuya en esas cuatro paredes, esa noche nos conocimos y tomamos té, y jugamos cartas, mientras tú dormías, y yo te contaba la historia de las bandas de rock de mi país, 
así pasaron mil años en pocas horas, hasta que vinieron a sacarte, 
luego de dos días, vinieron las autoridades de turno, y tú te levantaste 
como el cuervo inmenso que eres, que serás, y te despediste con un abrazo, 
say no more, me escribiste en la hoja de mi libreta 
donde ensayaba mis primeros poemas, y saliste por la puerta grande, 
mientras yo sólo brillaba con mis ojos en el pecho, como un niño oscurecido 
y vuelto a renacer y a brillar, 
como un niño que conoció a los amigos del barrio, y despertó para contarlo.


Incluido en Fogata eterna, Hanan Harawi Editores, Lima, Perú, 2014.



No hay comentarios: